Pese a las vicisitudes históricas de los últimos siglos y las constantes rivalidades entre judíos y musulmanes, los armenios han preservado su sitio en la ciudad donde Jesús fue crucificado y entre cuyas murallas han desarrollado su lengua, su fe y su cultura, eclipsados por las principales iglesias cristianas.
“Somos un pueblo abierto y amable, pese a lo que digan de nosotros los demás habitantes de Jerusalén que nos acusan de ser cerrados y toscos con los forasteros”, afirma Aram Khatchadourian, guía turístico del lugar, quien se jacta de conocer cada piedra y a cada notable de la comunidad.
Ubicado en el barrio suroeste de la ciudadela antigua, la zona aparece ante los ojos del visitante al atravesar un estrecho túnel formado por un arco en la vía del Patriarcado Ortodoxo Armenio, a la que se accede si se sigue la dirección de los vehículos que entran por la conocida Puerta de Yaffa.
Al final de este corredor, una puerta en la parte izquierda conduce al convento armenio, que acoge a una comunidad religiosa de unos 500 miembros.
Tiendas de cerámica tradicional armenia, que destaca por su decoración blanquiazul y en la que se pueden encontrar los típicos azulejos de barro vidriado con motivos vegetales, dan la bienvenida a los turistas y peregrinos a esta “pequeña Armenia” de Jerusalén. Carteles que muestran el genocidio armenio a principios del siglo XX, pegados en las fachadas y portales de los edificios ilustran las masacres cometidas por los turcos, que acabaron con la vida de unos dos millones de miembros de esa comunidad. Precisamente gran parte del millón y medio de los refugiados armenios tras la Primera Guerra Mundial marcharon a Jerusalén para unirse a la comunidad religiosa aquí establecida.
Pese a que han vivido durante siglos en esta ciudad, sometidos a distintos gobernantes, desde el Imperio Otomano hasta el Mandato Británico de Palestina, bajo jurisdicción jordana o la autoridad de Israel, siempre han logrado mantener su identidad como nación.
“Preferimos mantener la neutralidad porque entrar en filiaciones políticas nos perjudica. Hemos conseguido lograr que nos respeten porque nosotros respetamos a todos y nos sentimos cómodos con las distintas comunidades de Jerusalén”, explica Elie Dickramian, director del único colegio armenio de la ciudad.
“El armenio es nuestra lengua madre. Como maestros estamos obligados a formar los caracteres de los niños para que sean armenios inteligentes, decentes y un orgullo de su comunidad”, añade.
El descenso de la población armenia en Tierra Santa se hace patente si se tiene en cuenta que bajo el Mandato Británico en Palestina (1923-1948) residían en la zona unos 25 mil armenios.
En la actualidad esa cifra se ha reducido en un 10 por ciento, y solo en Jerusalén vive un millar de miembros de la comunidad.
Santos Lugares
Su iglesia es también custodia de los Santos Lugares, goza de los privilegios de un statu quo con las otras órdenes cristianas y además cuenta con su propio patriarcado, desde el siglo VII.
La Catedral de Santiago, centro de la vida religiosa armenia, sirvió como refugio contra los bombardeos durante la primera guerra árabe-israelí en 1948, con sus muros de un metro de grosor. En el interior del santuario se venera en una pequeña capilla un relicario con forma de estrella que en el suelo señala el lugar donde fue sepultada la cabeza del Apóstol, cuyo cuerpo decapitado reposa en la ciudad gallega de Santiago de Compostela, en España.
La presencia armenia en Tierra Santa se remonta a los años tempranos del cristianismo, con anterioridad a la época bizantina y aún antes de que el rey Tiríades III se convirtiera a la fe cristiana por San Gregorio —el Iluminador— en el 301.
Los miembros de esta comunidad son inmigrantes de la antigua Armenia —que corresponde hoy en día a Turquía oriental, la Armenia moderna, Azerbaiyán y Georgia—, que se asentaron en la ciudad siguiendo los pasos de Jesús, y son los primeros en cumplir una vieja tradición armenia que obliga a los fieles a peregrinar al menos una vez en la vida a Jerusalén.