Varujan Vosganian, autor de 'El libro de los susurros', en el que narra la tragedia del genocidio armenio, vino a Colombia al V Festival organizado por el Centro Cultural Gabriel García Márquez.
María Jimena Duzán: ¿Cómo definiría usted 'El libro de los susurros'?
Varujan Vosganian: Para hablar de El libro de los susurrros primero tendría que hablar de mí: soy hijo de descendientes armenios que llegaron a Rumania, provenientes de Anatolia como sobrevivientes del genocidio cometido por los turcos contra el pueblo armenio en 1915 que le costó la vida a un millón y medio de armenios. Duré cuatro años escribiendo el libro pero en cierto sentido lo he vivido desde que nací. Los miembros de la comunidad armenia donde pase mi infancia procedían de distintos rincones de Anatolia. Ellos se reunían todas las tardes alrededor de un café y contaban cosas y esas son las historias que se encuentran en El libro de los susurros. El hecho de que estos hombres se dieran cuenta de lo difícil que es morir en la misma tierra que uno ha nacido, hizo que sus vidas tuvieran una determinada percepción de la historia y este libro ofrece a los lectores la sabiduría y la tristeza de aquellos hombres. Justamente por esa mezcla de nostalgia y esperanza El libro de los susurros ayuda al lector de cualquier parte del mundo a entender mejor lo que ocurre en su propio país.
M.J.D.: Eso es cierto. Cuando empecé a leer su libro inevitablemente me transporté al conflicto colombiano. Lo leí como quien lee un manual de sanación.
V.B.: El libro de los susurros es una clave para descifrar el destino de un pueblo en el siglo XX y sí, en ese sentido, se puede leer como un manual de instrucciones. El libro habla del pueblo armenio y de su idiosincrasia, pero igual se podría hablar de otro pueblo. Para que esta sensación sea posible en el lector hay solo una condición: que se haga con sinceridad. Nadie tiene que creerse mejor de lo que es, ni tampoco más débil de lo que es.
M.J.D.: Usted habla en su libro sobre la naturaleza intrínseca de las víctimas y de los verdugos. Sin embargo, tengo que confesarle algo: en un conflicto tan largo como el colombiano resulta cada vez mas difícil distinguir a unos de otros porque la guerra degrada hasta a las víctimas.
V.B.: En una conferencia de prensa que tuve en España cuando fui a presentar mi libro, un periodista me preguntó cómo veía yo la disputa que había en ese país en torno a las fosas comunes de la época de Franco en las que estaban enterradas las víctimas republicanas al lado de las del franquismo. Yo dije que esta disputa no servía para llegar a ningún acuerdo en la sociedad porque si no dejábamos que los muertos no se reconciliaran entre ellos, nosotros los vivos tampoco lo íbamos a poder hacer.
M.J.D.: ¿Cuánto dolor le produjo recordar a sus muertos?
V.B.: En la novela yo cuento la historia de mi abuelo paterno cuya familia fue exterminada casi por completo durante la matanza de 1915. Una de sus hermanas murió en el desierto de Siria, otra arrojándose al río Eufrates para escapar de los violadores, vio como su hermano era asesinado frente a él y nunca supo nada de su hermana pequeña. Después de llegar a Rumania y de hacerse a cierta posición social, escribió a los orfelinatos de Siria y de uno de ellos llegó una respuesta: ¡su hermana pequeña vivía! Se dieron cita en el puerto de Constanza pero el acompañante de su hermana no le permitió que se vieran. Los puso a cada uno en una habitación y les hizo escribir en un pedazo de papel los nombres de los bisabuelos hasta llegar a los parientes actuales. Los confrontó y al hacerlo, se dio cuenta de una monstruosidad: ¡era una lista de muertos y solo ellos dos habían sobrevivido! En Argentina cuando fui a presentar el libro me encontré con descendientes de personajes del libro que habían huido de Rumania en la guerra mundial y que a su vez habían sido secuestrados, torturados por la dictadura argentina. Esas personas habían tenido la misma sensación que tuvo usted: sintieron que estaban leyendo su propia tragedia.
M.J.D.: ¿Qué le diría a muchas de las víctimas en Colombia que no han encontrado a sus muertos, como sucede con varios de los personajes de su novela?
V.B.: Yo haría una pequeña diferencia, si me lo permite. A los armenios este genocidio los unió. Nos asesinaron a un millón y medio de armenios cuando la población era de 3 millones. Prácticamente nos exterminaron. Aquí se trata de una lucha entre hermanos del mismo pueblo. Para los colombianos es mucho más difícil superar lo que les ha sucedido.
M.J.D.: En su libro usted habla de lo importante que es perdonar, pero no a cualquier costo.
V.B.: Si queremos dar solución al conflicto en cierto momento hay que buscar la paz y eso no se puede lograr a través de la venganza porque esta supone una lucha sin fín, sobre todo cuando se trata de un conflicto civil. Si cada uno tiene en su familia una víctima intentará vengarse. Entonces el número de victimas crecerá y eso hará mucho mas difícil la paz. ¿Pero y cuál debe ser entonces la dimensión del perdón? Creo que perdonar de forma incondicional es tan equivocado como olvidar. Perdonar sin condiciones significa que uno es indiferente al dolor, a la guerra. El olvido es un asunto más personal e íntimo, pero el perdón necesita siempre de un interlocutor y este tiene que comportarse con responsabilidad. Uno solo perdona cuando sabe que se han puesto las condiciones necesarias que garantizan que ese horror que uno ha vivido no se va a repetir. Y esas condiciones solo se dan cuando se asumen las culpas. Eso sucedió entre Alemania e Israel. Alemania asumió su culpa, pidió perdón y el pueblo judío se lo dio.
M.J.D.: Hasta ahora las autoridades turcas no han reconocido el genocidio armenio. ¿Ustedes los han perdonado?
V.B.: Nosotros, los armenios, todavía no hemos perdonado a las autoridades turcas por lo que ocurrió; sobre todo porque su actitud hasta hoy es la de negar que esa masacre tuvo lugar. No tenemos ese mismo sentimiento con el pueblo turco. A mi abuelo paterno lo salvó una familia turca. Pero para que podamos perdonar es necesario que el perdón venga de esa parte.
M.J.D.: Y usted escribió esta novela no solo por compromiso con sus muertos, sino para que el mundo no olvide el genocidio armenio.
V.B.: Es que el olvido es peligroso porque engendra indiferencia. Y lo que se olvida, puede repetirse. Las heridas no se curan por el olvido.
M.J.D.: Usted no solo es un escritor, también es poeta y político. Ha sido ministro de Finanzas de Rumania. ¿Se puede ser poeta y político?
V.B.: No creo que yo hubiera podido escribir este libro si no hubiera sido político. El paso por la política me hizo entender mejor la diferencia entre la gran historia y la pequeña historia; entre la historia de los tratadistas y la de la gente sencilla, víctima de una historia que no entiende.
M.J.D.: Antonio Gramsci decía que hay dos tipos de intelectuales: los funcionales al sistema y los que no lo son. ¿Usted a cuál de los dos grupos pertenece?
V.B.: Yo opté por la poesía desde cuando tenia 5 años. Desde entonces mi deseo fue el de ser escritor. Quise estudiar Filosofía pero las facultades de Filosofía fueron suprimidas en la época comunista: al comunismo no le gustaba que aprendiéramos a pensar. Por eso opté por estudiar Relaciones Económicas Internacionales con la esperanza de que esto me iba a ayudar a salir del país. Pero si usted me pregunta qué tipo de intelectual soy, le responderé que yo pertenezco a la categoría del intelectual rebelde que no acepta los hechos consumados. He estado en la cárcel cuando en 1989 se hicieron las primeras protestas contra el régimen comunista de Rumania. Me enfrente a los soldados armados sin tener nada más que mi intelecto. Y le confieso algo: si uno no sabe distinguir el ruido de los fusiles cuando estos se cargan a sus espaldas, no sabe lo que significa el silencio. Si quiere que le resuma en una frase lo que significa una vida pública plena le diría: es aquella en que uno nunca llega a saber cuál es su precio.
M.J.D.: ¿Y con esa franqueza, sí es posible ser un político exitoso?
V.B.: Soy un hombre que ha estado en el parlamento desde hace 20 años y puedo decirle que a largo plazo es posible tener moral sin ser político, pero no se puede ser político sin moral.
M.J.D.: Estamos comenzando un nuevo proceso de paz, como ya lo habrá sabido. Usted que ha visto tanto dolor, tanto odio y que ha sido capaz de reconciliarse con la vida, ¿qué consejo nos podría dar a los colombianos?
V.B.: Cada país tiene sus propias características y es muy difícil desde fuera dar consejos. Creo que lo más difícil de un proceso de paz es definir las condiciones. Cuando sepa con exactitud cuáles son esas condiciones para que esta paz sea posible, entonces les diré lo que creo sobre el futuro que puede tener este proceso de paz que se ha iniciado. Por lo que he leído en la prensa estos días y por las personas con que he conversado en esta semana que he estado en su país, opino que el deseo de paz del presidente Santos es sincero. Para que se dé un buen diálogo con el opositor no puede haber un vencedor ni un vencido. Y la cultura es la única actividad humana que permite vencer sin dejar tras de sí a vencidos; que conquista sin humillar. Si esto no se logra, la paz que se conseguiría sería tremendamente inestable.