La poeta y narradora argentina de origen armenio, Ana Arzoumanian, se ha convertido tras la publicación de varios poemarios y novelas, en una de las principales voces de la literatura contemporánea de su país.
Abogada de profesión, desde muy joven vinculó el ejercicio de su carrera profesional con la práctica de su oficio literario, y en particular poético, produciendo poemarios de notable factura en los que resalta el trabajo con la palabra e imágenes sugerentes como medio para manifestar su sorpresa respecto al mundo en el que vivimos. Una mirada que vincula su poesía directamente con su investigación y trabajo en temas de denuncia de los genocidios y exterminios de diversas poblaciones, así como a la búsqueda de la justicia en todos sus sentidos.
Asimismo, estudió un postgrado en psicoanálisis en la Escuela de Orientación Lacaniana de Buenos Aires, lo que le permitió entender y desarrollar desde esa perspectiva el carácter y los vínculos de interacción entre los diversos personajes de sus novelas.
Entre sus poemarios destacan El ahogadero (2002) y Cuando todo acaba todo acabará (2008); entre sus novelas La mujer de ellos (2001), Juana I (2006) que inspiró una puesta en escena teatral de la obra La que necesita una boca de Román Caracciolo y Mar Negro (2012) su última novela de reciente aparición y que le ha granjeado varias críticas muy positivas. Ha trabajado, además, en traducción en el libro Sade y la escritura de la orgía. Poder y parodia en Historia de Juliette de Lucienne Frappier-Mazur (2006) y, en ensayo, destaca su obra El depósito humano. Una geografía de la desaparición (2010), vinculada nuevamente a temas de genocidio dada su participación como miembro de la Internacional Association of Genocide Scholars.
Es una activa promotora de la cultura armenia en su país, Argentina, hecho que la llevó a coprotagonizar el documental A- Diálogo sin fronteras, filmado entre Argentina y Armenia, gracias al cual pudo conocer la tierra de origen de sus antepasados.
Sin duda, la voz poética de Ana Arzoumanian destaca como una de las principales de la Argentina. En la presente entrevista, Ana nos comenta respecto a su trabajo literario, algunas de sus vivencias y temas esenciales de sus publicaciones, así como nos refiere opiniones singulares sobre el oficio de escribir.
1. Estimada Ana, eres abogada, has trabajado en el Ministerio de Justicia de tu país y has sido catedrática universitaria en la carrera de derecho. Sin duda, para estudiar derecho hay que leer mucho, pero no necesariamente literatura, y menos poesía. ¿Cómo te vinculaste con la literatura, con la poesía? ¿Quizás algún familiar, algún profesor te llevó por el descubrimiento literario? ¿Cuál dirías que es el libro que te ha marcado más como escritora?
La poesía es un ritmo, una extrañeza con el mundo, una cierta incomodidad con las cosas. En ese sentido, puedo decir que escribía poesía aun cuando estudiaba derecho o cuando daba clases en la universidad. Mi manera de abordar la ley y la justicia no estuvo reñida con la poesía. Por ejemplo, cuando tenía que hablar sobre lenguaje jurídico, llevaba a la clase la pintura de Egon Schiele «La doncella y la muerte» para explicar desde el discurso pictórico las lenguas y los géneros. O, para entender mejor las fuentes de la legalidad, formé parte de un grupo de estudio de la Torá; libro sagrado y normativa legal, pero también un libro poético.
Estuve muy cerca de las posiciones de la norteamericana Martha Nussbaum acerca de su «Justicia poética», o del belga François Ost y su «Raconter la loi» acerca de la estrecha relación entre el derecho y la literatura. Este vínculo entre el poeta y la ley es antiguo: el legislador platónico alaba al poeta por su prestigio y, por ello mismo, lo exilia de la República.
La lectura de El extranjero de Camus conmovió mi mundo de tal forma que me hizo sentir que había posibilidades más radicales en cuanto a esa extrañeza a la que aludí al comienzo. Camus desde dentro de su texto reflejaba con mayor agudeza esa incomodidad y me llamó al exceso, llevando hacia el extremo mi pasión por la literatura.
2. Hace una década realizaste un postgrado en psicoanálisis en la Escuela de Orientación Lacaniana en Buenos Aires. ¿El vincularte tan cercanamente con el psicoanálisis ha influido en tu modo de acercarte a la poesía? ¿Crees que, de cierta manera, el escribir te ha servido como un psicoanálisis autoimpartido?
Comencé a estudiar psicoanálisis porque un personaje de mi novela, La mujer de ellos, terminaba entre el crimen y la locura, y yo no entendía qué le había sucedido. La escritura se ubica tan fuera de ese «yo» minúsculo personal, es tan de «otro», como decía Rimbaud, que uno no sabe quién de uno escribe, o qué se escribe en uno.
Para entender a ese personaje inicié mis estudios que estuvieron más centrados en las psicosis. Asistí a la presentación de enfermos de hospitales neuropsiquiátricos, y descubrí belleza en esos decires sufrientes. Luego escribí Juana I, texto sobre la reina Juana de España, llamada «la loca» y los avatares de una subjetividad en duelo.
De tal manera que el estudio del psicoanálisis no fue un camino terapéutico personal, sino fue una compañía (y aquí menciono a otro grande: Beckett; una compañía según lo que plantea Beckett en relación a la imaginación. «El análisis es compañía»). La escritura tiene un lazo muy profundo en mí, más que un psicoanálisis autoimpartido, constituye un cuerpo.
3. Uno de tus principales temas de investigación y preocupación son los genocidios y, en particular, el genocidio del que fue víctima el pueblo de tus antepasados, el armenio. Hace poco has publicado El depósito humano. Una geografía de la desaparición (2010). No obstante, también has investigado el del pueblo judío que es, sin duda, el más recordado. ¿Has involucrado de alguna manera este tema de investigación en tu obra literaria? Siendo un tema tan difícil, asumo que siempre existe la posibilidad de que se filtre con o sin intención.
Los genocidios, el exterminio, la aniquilación de una población o de un grupo me preocupa de tal manera que no me lleva sólo a la reflexión sino al lugar de «hacer algo» con semejante injusticia, y la escritura es acción. Es cambiar la Historia dentro de una historia. Más que infiltrarse en mi literatura la constituye.
Yo soy nieta de sobrevivientes del genocidio armenio. Mis abuelos perdieron padres, parejas, hijos. Perdieron casas, trabajos. Perdieron una lengua, un mundo. Aquí en Sudamérica intentaron rearmar un hogar y lo han hecho con esos desechos. Pues yo me he alimentado de esos desechos.
4. ¿Puedes describirnos tu estilo de trabajo poético? ¿Eres de crear estructuras para tus poemarios, o estos son independientes entre sí? ¿Manejas una idea o intención de corpus poético para toda tu obra?
Aparece una frase que genera un clima que se instala como un torbellino en la mirada. Con esa mirada nace un cuerpo. Es el deseo. Así se inicia un nuevo libro. Junto al deseo en turbulencia comienzo una tarea profunda de investigación.
Todos mis libros tienen un trabajo de estudio y análisis. Investigaciones en diversas disciplinas: historia, filosofía, antropología, sociología. Así realizo un tejido, un entramado entre el recorrido iniciado en la investigación y el desarreglo de esa misma investigación. Cada libro es un cuerpo nuevo porque con cada libro soy un cuerpo nuevo.
5. Ana, la poesía, la escritura en general, es un oficio muy absorbente y demandante. Requiere además concentración, constancia y, sobre todo, trabajo por parte del autor. En tu caso, ¿has tenido que renunciar o abandonar algo que te gustaba hacer o te causaba satisfacción por el hecho de ser poeta, por o para escribir poesía? Pienso aquí en varios escritores que dejaron el ejercicio de su profesión u sus trabajos «oficiales» y tantas otras cosas para dedicarse de lleno a la escritura.
Soy abogada de profesión y formé parte de los primeros grupos de mediadores de la justicia de la nación argentina. En el mismo momento que pasaba por el ministerio de Justicia publiqué mi segundo libro. El editor, el poeta Luis O. Tedesco, me incitaba a que me arriesgara con el lenguaje, que llegara hasta el lugar en que la palabra intenta tocar las cosas. En ese trabajo me embarqué con toda mi sensibilidad. Me dispuse a las sensaciones, y fue una educación saberme entregar al lenguaje. Fue un trabajo de tanto gozo que, lejos de implicar un sacrificio, dejar la profesión por la poesía se me presentó como necesario.
6. Siendo escritora, ¿eres de aquellos que tienen libros de cabecera? ¿Hay algún libro o autor al que vuelvas constantemente?, y si no es indiscreción, ¿qué libro, de narrativa o poesía, te hubiese gustado escribir?
Muchos, muchos, muchos. Tengo mi biblioteca espaciada en forma de útero. Los libros me cubren y me circundan. Marina Tsvietáieva, Odiseas Elytis, Ingeborg Bachmann, Pier Paolo Pasolini, Yehuda Amijai, Raúl Zurita, Mahmud Darwish, Aimé Césaire, Viel Temperley, tantos y tantos.
Me gusta ser sorprendida por una escritura, busco el arrobamiento en poesía. Cuando eso sucede, me digo: «me hubiera gustado escribir este libro». Algo así como ese verso de Paul Celan (otro de mis queridos) que dice «yo soy tú».
Los límites se corren, y la unión es casi extática. Acontece cada tanto, y cada vez es una alegría nueva. Hace muy poco me pasó con La tentación de San Antonio de Flaubert, antes con Teorema de Pasolini y antes con Kaspar de Peter Handke y así…
7. Además de poesía, has publicado varias novelas como La mujer de ellos (2001) o Mar Negro (2012), y libros de relatos como La granada (2003). Quizá sea un poco injusto ponerlo en estos términos pero, ¿Con cuál de estos géneros literarios te identificas más? ¿Quizá son para ti algo complementario para expresar por completo lo que necesitas manifestar?
La poesía no cuenta historias, no inventa otro mundo, sino que transforma la relación que uno tiene con él. En este sentido, sigo a Henri Meschonnic para quien la poesía es un movimiento del lenguaje, un temblor, un ritmo.
De manera tal que el punto no es que se escriba en verso o en prosa; distinción hecha por los griegos en la antigüedad, distinción que tuvo un carácter pedagógico pero que profundizó esa puesta de occidente en dividir y no relacionar. La Biblia está escrita en prosa y, sin embargo, es poesía. Y lo es justamente por esa respiración que embarga al lector y lo lleva a una zona otra, un fuera de sí que se convierte en oración.
Mis libros comienzan con una frase, y el modo en que dicha frase se mueve en mi cuerpo determina si el texto se edifica en verso o no. Los críticos dicen que mis novelas son poéticas, seguramente siguiendo aquella delimitación lineal griega. Lo cierto es que no hay historias en mis libros, hay un impulso que invade el texto y que se dirige a sentir, a hacer sentir.
8. El año pasado has sido una de las protagonistas de la película A- Diálogo sin fronteras, filmada en Armenia y Argentina que retrata el genocidio armenio y experiencias durante la dictadura militar argentina. ¿Cómo fue la experiencia de actuar en una película que aborda temas sobre los que has investigado y con los que estás muy relacionada?
También en este ámbito las divisiones se diluyen. La película A- Diálogo sin fronteras es un documental; como documental trabaja la memoria y el testimonio. En ese sentido, puedo decir que no «actué» en la película sino que, escenificada sobre el diálogo, conversé sobre la diáspora armenia en la Argentina y su doble tragedia: la huida del genocidio armenio y el encuentro con las prácticas genocidas de la dictadura cívico-militar.
Sin embargo, si el documental alude a una prueba para el espectador y crea un «documento» no está escindido de la ficción. Ficción como cosa ficta, construida, montada por el director. De tal manera, aparecer delante de una cámara, aun cuando no fuese una película estrictamente de ficción, es también actuar. Entonces ir a Armenia, bajo la mirada de Ignacio Dimattia, fue de una gran emoción. No sólo porque era la primera vez que llegaba allí, sino porque lograba poner «en acto» esa pulsión mía de actuar, de arrastrar la palabra a la acción.
9. Serás parte del II Festival Internacional de Poesía de Lima 2013, como poeta invitada. ¿Qué expectativas tienes respecto a este nuevo festival de poesía en la región? ¿Cuál crees que es la importancia de realizar estos festivales, más allá de celebrar a la poesía?
Considero a la poesía en particular, y al arte en general, como rito, ceremonia sagrada que construye comunidad. Tengo una idea más bien tribal de la función del decir poético. Si en mí el movimiento de la palabra es visceral, el encuentro con el lector (que también son otros poetas, que también es un festival) debe ser de consagración; culto dionisíaco. El teatro de la música y las imágenes, que es la poesía, dispuestas a ser compartidas transforma una lectura íntima en palabra política. Y es política porque distribuye ese objeto llamado sensibilidad. Y al distribuir, hace justicia.
Mi expectativa para la región es justamente ésa: la de dar a cada uno lo suyo, la de re dibujar el mapa de los dominios. La función ética no sólo de la compasión, sino de conceder la voz a sujetos enmudecidos.
10. Finalmente, estimada Diana, acabas de publicar el año pasado tu última novela, Mar Negro. ¿Planeas una próxima publicación, quizá algún proyecto del que nos puedas hablar en primicia?
Luego de la publicación de Mar Negro en Chile por la editorial Ceibo ediciones, la poeta Leonor Sivestri ha traducido al inglés Káukasos, que acaba de publicar la editorial Kirk. Por otro lado, en coedición Alción editora y Activo Puente acaba de aparecer la traducción al castellano de 20 poetas de Armenia: Un idioma también es un incendio. Este proyecto viene a llenar un vacío de casi un siglo, viene a desdecir el exilio. Ya que si mis abuelos llegaron al país con lo puesto, escapando de su Armenia vital; el libro de la traducción al castellano de poetas de Armenia hace el camino de las ansias. Como si el libro fuese la metáfora del deseo. Ahora llega esta tercera generación de armenios en América, pero sin huir y no sólo con lo puesto, sino con su imaginario, sus cencerros de incienso en el aire.
Como proyecto inmediato, participaré del X Conferencia Bianual de la Internacional Association of Genocide Scholars en la Universidad de Siena sobre «Las consecuencias del genocidio. Las víctimas y los perpetradores, las representaciones e interpretaciones» presentando allí el texto: «El cuerpo como resto, efecto de vaciamiento del derecho en instancias postgenocidas».