viernes, 23 de diciembre de 2016

Mkhitaryan, un armenio en el Teatro de los Sueños


Las cosas empiezan a sonreírle a Henrikh Mkhitaryan en el Manchester United. El armenio, que llegó a las filas del conjunto inglés este verano procedente del Borussia Dortmund, comienza a cogerle el truco a la Premier League, a su entrenador, José Mourinho, y a sus compañeros. Ha sido elegido MVP en tres de los últimos cuatro partidos que han disputado los red devils, con goles incluidos, y empieza a despojarse de la losa de haber sido uno de los señalados por el técnico portugués tras la derrota en el derbi de Manchester. El 10 de septiembre, el United fue superado por su rival capitalino, el City de Guardiola, por 1-2. Desde entonces, se perdió 13 encuentros (entre todas las competiciones: Premier, Europa League y la Copa de la Liga inglesa).


Sin embargo, este último mes ha resultado fabuloso para el atacante armenio. Y se ha quitado ese peso a base de fe, constancia y trabajo. Mucho trabajo. Y de una cualidad que reside en su ADN: no rendirse. Nunca. Esa palabra no existe en su diccionario. Una cualidad, la de no rendirse, que aprendió de su padre, Hamlet. Éste fue uno de los primeros jugadores soviéticos a los que les fue permitido abandonar la URSS. Así, en 1989, Henrikh, con apenas unos meses de vida, se instalaba en Valence, un pueblo-suburbio en las inmediaciones de Lyon. Allí recaló la familia Mkhitaryan. Hamlet, prolífico goleador del Ararat Erevan, obtuvo el permiso necesario para jugar en la Tercera División. Allí se ganó la fama y el cariño de la ciudad, al lograr que el equipo (el Valence) jugase la promoción para ascender a la Segunda División en 1992. Pero el destino les deparó un hecho que marcaría a toda la familia. En 1995, a Hamlet le fue diagnosticado un tumor cerebral. Pero tras tres durísimas intervenciones, tratamientos largos y caros, Hamlet fallecería en su amada tierra, Erevan. Apenas contaba con 33 años. Heno o Micky, así le llamaban familiarmente, se echó la familia a la espalda. Sí ya con apenas tres años de edad intentaba imitar a su padre en los entrenamientos, y le perseguía por toda la casa para poder acompañarle a las sesiones, decidió que el balón sería su vía de escape. Y a fe que lo hizo. Ingresó en las categorías inferiores del Pyunik, un club reconocido por contar entre sus filas con jóvenes jugadores con un brillante porvenir. También los más brillantes. Henrikh, humilde, pausado, prefería leer y estudiar a salir a la calle a divertirse. Su idea era la de formarse. Tanto cultural como deportivamente. Poco a poco fue creciendo en su desarrollo futbolístico. Pero también tuvo rachas malas. Ahí apareció la figura materna con su duro carácter: “No, Henrykh. No abandonarás. Mañana volverás. Seguirás trabajando. Mañana te irá mejor. No te puedes desanimar”. Su madre, Marina, comenzó a trabajar en la Federación de Fútbol de Armenia. Hoy día sigue trabajando allí.


A los 14 años ganó una estancia de cuatro meses en Brasil. Estuvo en el Sao Paulo, donde coincidió con jugadores como Hernanes (le enseñó a manejarse en el alfabeto armenio, Oscar y Lucas Moura. Allí aprendió la lengua portuguesa, a la vez que conocía los trucos y técnica de la escuela brasileña. El famoso Ginga.

Su ascendencia era tal, que debutó con apenas 17 años, en un encuentro ante el Shirak. Marcó su primer gol a los 15 minutos de debutar. Tenía las virtudes que caracterizaron a su padre: un innegociable olfato goleador, recursos para sortear contrarios, velocidad para dejar atrás a sus rivales y un impresionante gen ganador, que le impedía rendirse en cualquier situación.

En 2009, los rumores de su salida estallaron en Armenia. Ya era un jugador muy reconocido y uno de sus valores futuribles. Ese mismo año ganó el primer premio al Mejor Jugador Armenio del Año. Hasta ahora ha ganado todas las ediciones salvo la de 2010… Tuvo ofertas del Dinamo de Kiev, del Lokomotiv de Moscú. Pero la más llamativa fue una de Boca Juniors. Pero esta se diluyó como un azucarillo en un café. Probó en el fútbol francés (Lyon, Olympique de Marsella y el Lille le tuvieron a prueba), pero acabó en el Metalurh Donetsk, un conjunto ucraniano, pero cuyo dueño era armenio… y un fiel admirador de su padre Hamlet. Era 2009, y allí explotó Heno: fue elegido mejor jugador del equipo en esa temporada y nombrado capitán. Un año más tarde, y debido a sus excelentes actuaciones, Mkhitaryan cambiaba de equipo: firmaba por el Shakhtar, donde alcanzaría su mejor rendimiento. En las filas del conjunto minero alcanzaría unos registros inigualables.

Pero a la par que transcurría su carrera por diferentes clubes, también lo hacía de manera paralela su carrera internacional: debutó en 2007, y poco a poco fue convirtiéndose en uno de los líderes de la selección armenia. Influenciado por el estilo de juego de Zinedine Zidane y de Kaká, pronto se convirtió en el líder de un Shakhtar conformado por un amplio espectro de futbolistas brasileños. Su manejo en la lengua portuguesa pronto le hizo ganarse un hueco importante entre ese núcleo sudamericano y el entrenador Mircea Lucescu. Con el Shakhtar lograría status nacional (ganó tres Ligas ucranianas) e internacional (participó en la Champions, en donde destacaría por ser el jugador que más kilómetros corrió en la temporada 12-13).

En 2013, sin embargo, su nombre saldría en todas las portadas de los grandes medios deportivos: el Borussia Dortmund quería incorporarlo a sus filas, pero había un problema. La oferta alemana ascendía a 27,5 millones de euros, mientras que el Zenit de San Petersburgo ofrecía más dinero. Sus derechos pertenecían al Shakhtar, pero también un porcentaje estaba en manos del Pyunik y del Metalurh. Los tres ansiaban el dinero procedente de Rusia, pero finalmente acabó en tierras alemanas.

Fue una época complicada para él. Su primera temporada fue fantástica, pero la segunda fue un completo desastre. El propio Micky aprendió otra cultura futbolística, pero cató los sinsabores de las derrotas en un equipo grande, y más en un club como es el Dortmund, donde la unión grada-equipo es, sin duda alguna, la mayor en todo el continente europeo. Una afición para y por un equipo. Un equipo por y para una ciudad. Lo que genera una impresionante atmósfera en los días de los grandes equipos.

En esas estaba cuando llegó el relevo en el banquillo minero: Thomas Tuchel, todo un fanático de la metodología se hacía cargo del equipo borusser. “Quiero sacar todo de ti. Te voy a convertir en una estrella”, le dijo. Y a fe que lo logró. Le convirtió en uno de los grandes jugadores europeos: Fue nombrado jugador de la Bundesliga por la revista alemana Kicker. Le quedaba dar un penúltimo salto: a un equipo de la jet-set continental. Este verano pasado, su agente, Mino Raiola, le llamó. “Escúchame, el United quiere ficharte. Va Mourinho y quiere que seas una de sus piezas clave”. “Pero el rumor es serio o es simplemente un toma de contacto, ¿especulación?”. La respuesta fue rotunda: “Lo verás tú mismo”. Días después, era el propio Ed Woodward, el director ejecutivo de los red devils, le llamaba personalmente para informarle del interés del equipo inglés por ficharle. Y lo logró.

Ahora juega en el Manchester United, en Old Trafford: el Teatro de los Sueños. El suyo ya lo ha completado, pero no de manera total. “Cuando sales al césped de Old Trafford, no es un campo de juego. Es un escenario. Un gran escenario. Si mi padre pudiese verme en ese escenario, creo que estaría orgulloso de mí”. Orgullosa también están su madre y su hermana por su capacidad de implicación en actos solidarios. Su carácter humilde lo delata. Siempre estará disponible para aquellos que le puedan necesitar. Palabra de Micky. Palabra de Mkhitaryan.

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