La condena a Orhan Pamuk es "alarmante", resume Ebru Ilham, politóloga del centro de estudios turco TESEV. No por los 6.000 liras (unos 3.000 euros) que el afamado escritor,deberá pagar a las seis personas ―mil por cabeza― que le han arrastrado a los tribunales. Sino porque la sentencia reconoce el derecho de cualquier ciudadano de erigirse en guardián de la "turquicidad".
La "turquicidad" ―nunca definida, porque hacerlo sería irracional e irreal, apunta Ilham― está protegida por el código penal. Y fue insultada, según la sentencia, cuando Orhan Pamuk declaró al suplemento semanal suizo Das Magazine en 2005: "Aquí se han matado 30.000 kurdos. Y un millón de armenios. Y nadie se atreve a hablar de eso".
Aunque la frase no atribuye la autoría de las matanzas ―la de los armenios correspondería al Imperio Otomano, la de los kurdos a la república actual―, el abogado Kemal Kerinçsis y otros cinco personas, vinculadas a la Asociación de Mártires y Veteranos de Guerra, lo valoraron como un ataque a su honor como turcos.
Varios tribunales quisieron archivar el caso porque no quedaba claro qué tenían que ver los querellantes con la entrevista suiza, pero el domingo, la 4ª Sala del Tribunal Supremo turco confirmó que cualquier ciudadano está capacitado para atribuirse a sí mismo los insultos contra la nación. "Los ciudadanos se convierten así en un mecanismo de filtración que evalúa cualquier afirmación; pueden juzgar sobre cuáles son los valores públicos", resume la politóloga de TESEV.
Pamuk no es la única víctima de esta coalición entre ciudadanos indignados y tribunales "famosos por considerarse guardianes del régimen y de los valores y dogmas sacrosantos: la fiscalía sigue a ciertas figuras públicas, escudriña todo lo que digan o escriban y los caza", asegura Ilham. "Con su sentencia, el Supremo ha dado un toque de atención a Pamuk, que ya ha recibido amenazas de muerte", observa Fatmagül Matur, de la asociación Jóvenes Civiles. "Un riesgo real. Desde el asesinato del periodista armenio Hrant Dink, la gente empieza a tener miedo a ser popular".
"Pamuk puede permitirse recurrir y continuar con el juicio; está protegido gracias al mérito de su obra. Pero hay otros muchos escritores y artistas en medios locales, que pasan años entre rejas y cuyas editoriales tienen que cerrar por las multas impuestas", recuerda Ilham. El último es el músico kurdo Ferhat Tunç, ahora en el banquillo porque en un discurso a favor de la paz llamó "guerrilla" a la guerrilla kurda PKK.
La "turquicidad" ―nunca definida, porque hacerlo sería irracional e irreal, apunta Ilham― está protegida por el código penal. Y fue insultada, según la sentencia, cuando Orhan Pamuk declaró al suplemento semanal suizo Das Magazine en 2005: "Aquí se han matado 30.000 kurdos. Y un millón de armenios. Y nadie se atreve a hablar de eso".
Aunque la frase no atribuye la autoría de las matanzas ―la de los armenios correspondería al Imperio Otomano, la de los kurdos a la república actual―, el abogado Kemal Kerinçsis y otros cinco personas, vinculadas a la Asociación de Mártires y Veteranos de Guerra, lo valoraron como un ataque a su honor como turcos.
Varios tribunales quisieron archivar el caso porque no quedaba claro qué tenían que ver los querellantes con la entrevista suiza, pero el domingo, la 4ª Sala del Tribunal Supremo turco confirmó que cualquier ciudadano está capacitado para atribuirse a sí mismo los insultos contra la nación. "Los ciudadanos se convierten así en un mecanismo de filtración que evalúa cualquier afirmación; pueden juzgar sobre cuáles son los valores públicos", resume la politóloga de TESEV.
Pamuk no es la única víctima de esta coalición entre ciudadanos indignados y tribunales "famosos por considerarse guardianes del régimen y de los valores y dogmas sacrosantos: la fiscalía sigue a ciertas figuras públicas, escudriña todo lo que digan o escriban y los caza", asegura Ilham. "Con su sentencia, el Supremo ha dado un toque de atención a Pamuk, que ya ha recibido amenazas de muerte", observa Fatmagül Matur, de la asociación Jóvenes Civiles. "Un riesgo real. Desde el asesinato del periodista armenio Hrant Dink, la gente empieza a tener miedo a ser popular".
"Pamuk puede permitirse recurrir y continuar con el juicio; está protegido gracias al mérito de su obra. Pero hay otros muchos escritores y artistas en medios locales, que pasan años entre rejas y cuyas editoriales tienen que cerrar por las multas impuestas", recuerda Ilham. El último es el músico kurdo Ferhat Tunç, ahora en el banquillo porque en un discurso a favor de la paz llamó "guerrilla" a la guerrilla kurda PKK.