Ambiciosa, semejante aspiración no está nada mal como vocación. Claro que en el caso de Mary Ellen Iskenderian la cosa gana color si se tiene en cuenta que la conciencia bancaria de la que habla aflora desde Wall Street, la patria de las "hipotecas basura" que convirtió a la burbuja inmobiliaria en un mortal terremoto financiero.
No se hace la distraída. Sabe de lo que habla esta norteamericana de 51 años y ascendencia armenia y, posiblemente, la cuestión le incomode.
Pero, en todo caso, el punto no la amilana en su conversación con La Nación, en la que recuerda cómo recorrió el escalafón interno de esa industria difícil de poner en regla. Empezó como testigo de primera línea, en los años mozos de su carrera cuando, apenas graduada de la Escuela de Administración de Yale, trabajó en Lehman Brothers - "que en paz descanse", dice, con sarcasmo- donde, por cierto, aprendió mucho de eso de hacer dinero.
Por aquel entonces, pasaba sus horas entre las operaciones bancarias y su otra pasión secreta: el piano, instrumento al que se ha volcado desde los nueve años, hasta ser, hoy, ejecutora reconocida entre quienes la conocen.
Lo de Lehman fue hace dos décadas -mucho antes de que estallara la catástrofe con los papeles basura- y fueron cuatro años de experiencia en la línea de choque de las finanzas. "Pero no era lo mío. Algo me estaba faltando", cuenta. Difícilmente lo que faltara fueran dólares. De eso había, y muchos.
La ausencia era otra. De modo que ajustó un poco la mira y se fue a la Corporación Financiera Internacional (CFI), el brazo del Banco Mundial que intenta expandir la actividad privada en los países en desarrollo. Fueron 17 años de trabajar con mercados globales, sobre todo, en el Sudeste Asiático.
"Fue una etapa de mucho aprendizaje, en la que comprendí la fuerza que tienen las personas para cambiar su propio destino", dice. Hay cosas que no se olvidan nunca o que marcan una vida. No por nada ahora, por ejemplo, está leyendo una vez más sobre el Mahatma Ghandi. En este caso, su más reciente última biografía, Great Soul: Mahatma Gandhi and His Struggle With India (Alma grande: Mahatma Gandhi y su lucha con la India), el vívido retrato del líder pacifista, logrado por Joseph Lelyveld, ex director editorial de The New York Times.
Iskenderian no tiene duda de que su personal paso por geografías lejanas fertilizó el germen de su enamoramiento final, ése que, con el correr de los años, la hizo caer fascinada por lo que -está convencida- es la mejor arma para el cambio social: las microfinanzas.
Si algo tuvo en común ese raro enamoramiento con el que suele bendecir a los mortales más afortunados, es el hecho de haber ocurrido del modo más impensado; esto es, sin proponérselo. No dio con la vocación de su vida a la vuelta de la esquina, sino en Uganda.
Ella recuerda que el CFI la comisionó al país africano, tierra del tristemente célebre Idi Amín, para llevar adelante un ejercicio sobre el potencial impacto de incorporar a la mujer como mano de obra. Para ella, fue empezar a comprender la capacidad de las mujeres como agentes de transformación social. "Con la ayuda necesaria, son la herramienta del cambio de un país", dijo.
Sólo le faltaba cruzar la idea con el motor que la hiciera posible y fue entonces como llegó a las microfinanzas. "Cuando se termina de comprender de qué se trata, se descubre que se está frente a algo así como la fórmula mágica. La verdadera herramienta para superar la pobreza", dice.
Convencida de la fórmula, Iskenderian dejó la rentable burocracia de las finanzas internacionales para ponerse al timón del Banco Mundial de la Mujer (WWB, por sus siglas en inglés), una institución fundada hace treinta años bajo la premisa de que las mujeres no tendrían dignidad mientras no fuesen agentes económicos con poder y autonomía.
Eso fue hace seis años. Y hoy, a pesar de los vaivenes de la industria, el WWB devino en la mayor red de entidades de microcréditos en todo el mundo. Un entramado que declara 23 millones de clientes -dos tercios de los cuales son mujeres- y un portafolio de más de 4000 millones de dólares en préstamos destinados a "apoyar pequeños negocios y emprendimientos con los que se produce la mayor transformación para salir de la pobreza". Trabajan en 27 países de América latina, Asia, África y Europa.
Imposible no preguntarle por la Argentina. Y lo cierto es que el WWB no está presente en nuestro país. Lo estuvo hace un tiempo, dice, asociado con una entidad local, pero ya no. Las razones que expone esta ejecutiva de respuesta concisa desnudan el triste costado -que también existe- del negocio con la pobreza.
"Nos ha pasado muchas veces, hay políticos que se dan cuenta de que pueden hacer negocio con la pobreza y conseguir votos. En la Argentina lo que nos ocurrió fue que, apenas empezamos a trabajar con microcréditos, hubo quienes se dieron cuenta de que se podían lograr beneficios electorales con eso y lanzaron líneas de préstamos con tasas altamente subsidiadas que luego, nos consta, en buena parte no se devolvían. Eso es una pena porque se desnaturaliza la idea de salir adelante con autonomía; se pierde la idea de recuperar la dignidad para seguir siendo, en cambio, un cliente político. Un dependiente del poder", dice.
No habla del pecador, no lo identifica. Pero le molesta el pecado. "La verdad, nos encantaría poder trabajar en la Argentina", insiste. En todo caso, la mancha de la que habla no es la única que existe en la industria que, en los últimos años, viene enfrentando varias sospechas de enriquecimiento "a costa" de los pobres.
En Nueva York es conocida por su participación en las actividades de la comunidad armenia, a la que pertenece. Y, más en lo operativo, sabe de la eficacia de una buena embajada para defender su causa. Así, siente agradecimiento por la argentina Máxima Zorreguieta, princesa de Holanda, a quien acaba de sumar en su esfuerzo a favor del programa de créditos; como lo hizo ya, poco antes, con la reina Sofía, de España. A ambas las ha tratado personalmente. "Máxima estuvo sensacional con nosotros", dijo, apenas terminado su reciente encuentro.
Una mano en momentos difíciles
Los microcréditos pasan ahora por una etapa desafiante. En Bangladesh, el gobierno puso bajo la mira al laureado Mohamed Yunus, conocido como el "Padre de las microfinanzas" o el "Banquero de los pobres". En India, pasa más o menos lo mismo con Vikram Akula, del banco SKS, cuya rápida expansión en sectores empobrecidos se está investigando.
"No me cabe duda de que hay mucho de política y de celos en todo esto", dispara la responsable del WWB. Pero no por eso deja de admitir la posibilidad de puntos flojos en el sistema, que es preciso mejorar. De eso habló, junto a Yunus y Akula, en un panel montado por la Iniciativa Global, del ex presidente Bill Clinton.
"No se trata de hacer negocio con los más pobres", insiste, convertida hoy en una defensora de la necesidad de mayor regulación. Y por eso vuelve a lo de la conciencia. "Si no nos ponemos normas firmes para regularnos, perdemos una gran oportunidad", insiste, y admite que se siente orgullosa, en ese sentido, del trabajo fiscalizador que realiza el WWB. "Hemos pasado de ser un movimiento a una industria en la que operan diferentes modelos de institución. Pero todos deben ser sostenibles", subraya. Siempre con la premisa de prestar a los pobres para que superen su condición. "Ellos siempre devuelven. Con ellos, el negocio va bien", asegura, desafiando a quien quiera oírla. Con la misma pasión que pone cuando toca el piano.
© La Nacion