domingo, 12 de mayo de 2013

El odio al armenio como ideología,por Jean Meyer




El embajador de un país que tiene relaciones con México escribe en Milenio un artículo intitulado “La hipocresía armenia”, dirigido expresamente contra nuestro estimado científico y antiguo rector de la UNAM José Sarukhán (“Sarukhanyan”, escribe el señor embajador, como si eso fuese una vergüenza). Termina su iracunda diatriba, motivada por el retiro de la estatua del ex presidente de su país, Heydar Aliyev, del Paseo de la Reforma, con esa frase: “Preguntarle a Sarukhán sobre un monumento a Jodyalí es como preguntarle a Himmler sobre un monumento al Holocausto”. Hay que saber que en Jodyalí, pueblo azerí atrapado en la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, muchos civiles murieron los 25 y 26 de febrero de 1992. A esa trágica masacre, el gobierno azerí la llama ‘genocidio’ y esa palabra figura en la placa colocada en la plaza Tlaxcoaque de la ciudad de México, por más que la comisión que pidió reubicar la estatua de Aliyev haya pedido que se cambiara por la palabra ‘masacre’.

El señor embajador difama a José Sarukhán al compararlo al jefe de la SS, uno de los principales responsables del genocidio cometido contra judíos y gitanos (eso sí, un genocidio); pero negaría un hecho histórico, a saber la masacre masiva de armenios en 1990 en la gran ciudad azerí de Bakú. La tragedia fue tan fuerte que Moscú tuvo que mandar la división de paracaidistas del general Alexander Lebed.

El señor embajador no podría aceptar que lo de Bakú (y de Sumgait) fue mucho peor todavía que lo de Jodyalí, dos años después, porque su gobierno, el del hijo del difunto presidente Aliyev, acaba de castigar al gran escritor azerí Akram Ailisli por cometer el imperdonable pecado de narrar, en su novela Sueños de piedra, la matanza de Bakú perpetrada contra los armenios e instigada precisamente por Heydar Aliyev, para perjudicar al reformador soviético Gorbachov. Oficialmente, la intervención soviética que salvó la vida de muchos armenios la llaman “el movimiento democrático ahogado en sangre por la soldadesca totalitaria del imperio del mal” y también “Enero negro”; los matones que cayeron bajo las balas de los paracaidistas del general Lebed están enterrados en “en el Paseo de los mártires”. El tema de la matanza de los armenios es un tema tabú en Azerbaiyán y el crimen del viejo y famoso escritor es haber, precisamente, violado la prohibición.

Contra él desataron violentas denuncias y condenas en la mejor tradición estalinista o nazi, quiero decir totalitaria. En todo el país se organizaron manifestaciones “espontáneas” contra el libro y el autor, hasta ahora muy respetado, de la trilogía Gentes y árboles (1962). Perdió todos sus títulos honoríficos y su pensión porque así lo decidió el presidente Ilham Aliyev, el jefe del señor embajador. Un partido político ofreció 10 mil euros al patriota que le cortaría una oreja al “traidor”. Es que el libro compara las matanzas de 1988-1990, Sumgait y Bakú, a las de 1919 en Ailis, el pueblo natal de Akram Ailisli. Demasiado…

Mientras, la embajada azerí en México hace circular un panfleto malintencionado que dice, entre otras cosas que “en 1918 el bolchevique armenio Stepan Asumían perpetró un genocidio contra los azerbaijanos en Bakú”: en esa época, en el imperio otomano, la liquidación de los armenios emprendida en 1915 proseguía. Amiram Grigorov nos dice que la dinastía Aliyev cultiva “el odio absoluto y concentrado del vecino armenio; es el carburante que alimenta el poder en Azerbaiyán —además del petróleo, claro—. Este odio, despertado al final de la era soviética, ha tomado después de la implosión de la URSS las proporciones de un incendio que ha transformado de manera casi irreversible el mapa étnico de la parte oriental del Cáucaso del Sur”. Este odio no debería manifestarse en México.

http://www.alianzatex.com/nota.php?nota=N0023924