miércoles, 18 de noviembre de 2015

Tabaré Lacosta en su obra "Retratos en la pared" nos cuenta de su abuela armenia...


por Tabaré Lacosta...

Güimaraes Rosa nos dejó, además de las más brillantes novelas latinoamericanas, una de las frases que Güimaraes Rosa nos dejó, además de las más brillantes novelas latinoamericanas, una de las frases que alumbran el camino de quienes pretendemos dejar huella a través de las letras: “Escribir es resistir”..

La resistencia que más nos llama a la lucha es la de pelear contra el olvido. Por eso escribo. Mis muertos me gritarían eternamente si no les diera vida por medio de mis débiles letras. Ellos, lo sé, se harán fuertes y sobrevivirán en los lectores.
Uno de los más ricos personajes que Dios puso en mi camino fue Doña Esther. La adopté como abuela allá por los `70. En tardes donde me revelaba a dormir la siesta, me iba al patio de la casa, abajo del parral donde ella desde su banco petizo, respondía a las preguntas que seguramente ella no quería oír. Nunca se avergonzó de ser armenia, de su historia. Temblaba porque no le creyesen. Tanto espectro macabro fue vencido por la sangre de esta mujer, que no se podía permitir dejar la mínima duda en sus interlocutores, aunque fuese un niño de diez años.

Les presento a mi abuela:

“Nunca imaginó que se podía apiñar tanto sufrimiento en unos ojos tan limpios. El horror que ella vivió en
pocas horas no le dio tiempo para limpiar de ellos toda la sangre vista. ¡Ay, si tan sólo pudiese llorar! Le dolía cada
muerte, cada tortura inútil, tanto esfuerzo puesto en la destrucción. Si abría un poco los ojos, vislumbraba entre
sus dedos el fuego en las casas y el humo de las fogatas,donde los soldados tiraban los cuerpos de los muertos y
heridos. Si los cerraba, volvía a ver la imagen del cadáver de Mama Tessia, con el pecho lleno de flores rojas. Vería
nuevamente a Papo Bedrós colgado de los pies de una viga con la cabeza atravesada por un fierro. Era consciente de
que debía tenerlos cerrados para que nadie notase que aún vivía. Era necesario fingirse muerta.”


Así vivió la muerte, pero ella ganó en el campo de la vida.

“Sus padres, hermanos, vecinos; todos cuantos conoció seguramente estarían amontonados en pilas de cadáveres
como el que ella usaba de escondite. Si no fuera por su futuro hijo, ya se habría dejado morir; mejor aún, ya hubiese
salido de entre sus muertos como una diosa ensangrentada, mirando al cielo y gritando con la máxima fuerza que le
permitiera su garganta

–¡Yo soy Esther Dergussian, soy mujer, soy armenia y soy libre!”