Dos retratos del mismo hombre invaden estos días los escaparates franceses: en el primero, en blanco y negro, aparece con las manos en los bolsillos, tirantes y un mechón rebelde sobre la frente, y es la portada de una autobiografía titulada D’une porte a l’autre (De una a otra puerta); en el segundo, en colores y firmado por el afamado diseñador de moda Kart Lagerfeld, aparece elegante, peinado hacia atrás, con el mentón apoyado en la mano y la cinta de la Legión de Honor en el ojal: es la portada del disco Aznavour toujours (Aznavour siempre). Ambas fotografías pertenecen a un hombre honesto de 87 años, poeta, músico, cantante, que celebra sus 60 años en el escenario con un mes de actuaciones (hasta el 7 de octubre) en el Olimpia de París y se prepara para iniciar después su enésima gira por el país.
Los dos retratos son del mismo Aznavour, el artista de origen armenio que comenzó una carrera como el “pequeño Charles –por comparación con el “gran Charles” que era De Gaulle-, que con el tiempo se ha transformado a su vez en el “grand Charles” de la canción francesa, que dio sus primeros pasos de la mano de Edith Piaf (especialista en descubrir talentos, convertirlos en amantes y lanzarles al estrellato) y que finalmente ha dado decenas de alternativas a otros tantos intérpretes, prestándose a cantar a dúo, escribirles canciones o regalarles poemas.
El Aznavour que ha regresado al Olimpia de su debut parisino (1956), que realmente significó su consagración como cantautor, con “canciones nuevas, canciones antiguas, otras muy antiguas y los temas ineludibles”; el mismo al que hace una semana entregaron el premio “Eterna Juventud” en la Feria Forêt des Livres de Touraine, donde aguantó una jornada completa en un stand, dedicando ejemplares. El que en su último álbum aborda, como siempre, el tiempo que pasa, la guerra, el deseo y el amor.
El Aznavour que dice que “tiene miedo de morir sin haber terminado todo”, el que querría vivir 120 años y ya ha tenido que desmentir tres veces su muerte: “Es lo malo de Internet, que ahí se permite decir cualquier cosa. El anonimato, ¿sabe?” le decía esta tarde a una periodista del canal France 24. El pasado 30 de marzo, se presentó en los estudios de RTL e interrumpió una entrevista que le estaban haciendo al actor de origen español José García, para decir sonriendo: “¡No estoy muerto!”
Él, que nunca ha escondido su edad: “Los artistas envejecemos con nuestro público”. Con las mismas cejas espesísimas y negras y la melena ahora blanca, ha hablado de disciplina: “Es lo más importante en cualquier oficio, manual o intelectual”. ¿Y el talento? “El talento es el trabajo”. Los textos, las palabras, por delante, por encima de la música: “Para mí, la música es el soporte de las palabras. La canción francesa está basada en los textos. Como en mi casa no había dinero para estudiar, las palabras las aprendí en la calle. Y no es malo el aprendizaje callejero”. Cuenta que, en sus comienzos, Jean Cocteau le escribió en un papel los títulos de 25 libros; fueron su primera biblioteca.
Charles Aznavour, nació como Chahnourh Varinag Aznavourian el 22 de mayo de 1922 en París, cuando sus padres esperaban que les concedieran un visado para emigrar a Estados Unidos. Establecidos finalmente en la capital francesa, el padre, barítono, abrió un pequeño restaurante armenio donde cantaba para los exiliados de Europa central y su mujer, actriz, representaba pequeños monólogos. Charles hizo su debut a los nueve años en el local de la rue de la Huchette. “Mis handicaps, desde el principio, fueron mi voz, tan baja, mi estatura, tan pequeña, mis gestos, mi falta de cultura…”.
Un primer éxito popular con la canción Sur ma vie, un momento en que estuvo a punto de tirar la toalla y reflejó en el tema Je m’voyais déjà (1960) y el triunfo para siempre, ya a los treinta y seis años, en un recital en el célebre Alambra parisino. Después, un encadenar temas cantados y traducidos a varios idiomas –Il faut savoir, Les comédiens, La mamma, Et pourtant, Formidable, Que c’est triste Venise, La bohème… Cuando, en 1988, un terremoto sacudió Armenia, allí acudió con un puñado de amigos cantantes a dejar constancia de su solidaridad: en el centro de Erevan hay una plaza con su nombre y una estatua con su efigie en Gyumri, la ciudad más afectada por el seísmo.
En 1995 el estado francés le condecoró con la Legión de Honor. En 2002 fue el protagonista de la película Ararat, de Atom Egoyam, sobre el genocidio armenio. En diciembre de 2008 le concedieron la ciudadanía armenia que nunca tuvo antes y un año más tarde aceptó el cargo de Embajador de Armenia en Suiza (reside en Ginebra hace muchos años), negándose a cobrar remuneración alguna. También es representante permanente de Armenia ante la ONU, en esa ciudad.