domingo, 13 de mayo de 2012

Her el Armenio: el guerrero que creo Platon.

Al finalizar la República, Platón le cuenta a Glaucón la historia de un hombre esforzado, llamado Her el Armenio, originario de Panfilia, quien murió en un campo de batalla. Diez días después su cuerpo fue recogido entre más cadáveres ya en estado de putrefacción. Como sus restos estaban intactos, lo llevaron a su casa. Pasaron dos días y cuando lo iban a quemar sobre una pira resucitó. Entonces comenzó a explicar a los presentes lo que había visto en ese tiempo acerca de la vida en el más allá y del sistema del cosmos.

Cuando el alma de Her se separó de su cuerpo, acudió con otras a un lugar maravilloso en el cual se veían dos aberturas muy próximas una a otra. Entre ambas estaban sentados los jueces quienes recibían a las almas para darles su sentencia o su premio. Una vez que éstos evaluaban su proceder, las almas seguían su camino. Cada una de las almas portaba sobre el pecho un cartel que contenía su sentencia. Los buenos tomaban la abertura de la derecha que los llevaba hasta el cielo y los malos el de la izquierda que los descendía hasta la tierra. Cuando Her estuvo frente a los jueces, estos decidieron que regresara a la vida para comunicar a los hombres lo que pasaba en el otro mundo.

Una vez que pagaban o recompensaban sus conductas, las almas procedentes de las dos aberturas regresaron al punto de camino. Ahí los que se conocían se saludaban y entre gemidos y llantos se quejaban de los sufrimientos que habían tenido a lo largo de mil años en la tierra. Mientras que los llegados del cielo, contaban las bondades y alegrías de las que habían participado.

Her da cuenta de la reencarnación de las almas y de las esferas celestes. Habla de cómo llegó a la llanura del río Leteo, que es cruzado por el río Ameles (literalmente significa descuido). Desconocía como su alma había regresado para encarnar otra vez en su cuerpo cuando estaba apunto de ser quemado. Pues las almas estaban obligadas a beber de sus aguas para provocarle un olvido completo. En la antigüedad los griegos creían que se hacía beber de este río a las almas antes de reencarnarlas, de forma que no recordasen sus vidas pasadas. Quienes tomaban agua del río Ameles olvidaban su vida.

El cosmos está representado por el “Huso o rueca de la Necesidad”, acompañado por sirenas y las tres hijas de la diosa Necesidad, conocidas colectivamente como las moiras. Moira significa literalmente parte o porción y por extensión es la porción de vida o destino que cada uno de nosotros tenemos. También conocidas como las parcas, controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento hasta la muerte y el más allá. Su tarea era mantener el giro del huso. El Huso de la Necesidad ayudaba a explicar cómo los cuerpos celestes giraban alrededor de la Tierra. Sobre el huso había ocho órbitas. Cada una de estas órbitas creaban un círculo perfecto. Platón describe cada órbita, que representaba a los cuerpos conocidos de nuestro sistema solar. En función de las descripciones de Platón, estas órbitas pueden ser identificadas como las de los planetas conocidos. Platón concebía al mundo como un gran animal dotado de un alma propia. En uno de los diálogos del Timeo, afirma que el alma del mundo se había hecho de acuerdo a las proporciones musicales descubiertas por Pitágoras.

Her vio al universo durante su muerte temporal y describió a los planetas como una serie de círculos que giraban en órbitas concéntricas. Encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre en el mismo tono. Todas las voces que eran ocho, formaban un acorde. Había tres mujeres conocidas como las parcas, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales, quienes eran las hijas de la Necesidad, llamadas Láquesis, Cloto y Átropos quienes cantaban al son de las sirenas: Láquesis representaba el pasado, Cloto el presente y Átropos el porvenir.

La música de las esferas dio origen a lo que se conoció como "música celeste". Kepler se apoyó en los mitos de Platón para su concepción del universo y en el sistema de Copérnico que planteaba que el Sol era el centro en torno al cual giraban los planetas. Kepler postulaba que el modelo del universo estaba basado en la geometría: entre las órbitas de los seis planetas conocidos (Saturno, Júpiter, Marte, Tierra, Venus y Mercurio) estaban inscritos las cinco figuras perfectos mencionados por Platón: el cubo, tetraedro, dodecaedro, icosaedro y octaedro.

Este relato es considerado como una invención de Platón, apoyado en tradiciones órficas y pitagóricas. Es probable que el nombre de Her lo tomó de alguna leyenda relacionada con un consejo de Zoroastro. Respecto al origen del guerrero Her, a quien hace de Panfilia y señala que es el Armenio. Panfilia era una antigua provincia romana del sudoeste de Asia Menor, situada a lo largo de la costa mediterránea, visitada por San Pablo. Mientras que Armenia es una nación que perteneció a la Unión Soviética. Está entre Turquía e Irán. Ahí se tiene la creencia de que estuvo situado el Edén y en una de sus montañas, se quedó la embarcación utilizada por Noé. El nombre del país tiene una etimología relacionada con la palabra tierra.


Al fin de cuentas, el fin pedagógico del relato, tiene que ver con lo siguiente: el alma es inmortal y es capaz de conocer todos los bienes y todos los males. Cada uno de nosotros, dejando a un lado todas las demás ciencias, debe aplicarse a adquirir solamente aquellas que le hagan descubrir las lecciones que le ayudarán a distinguir las condiciones venturosas de las desventuradas y elegir siempre lo mejor de ellas.

La palabra dicha significa felicidad o buena suerte. Tiene que ver con decir y con las cosas que se dicen. Los romanos pensaban que la felicidad dependía de algunas palabras que los dioses o las parcas pronunciaban en el momento del nacimiento de un niño. Así el destino quedaba trazado en la “dicta” o la cosa dicha. De aquí también se deriva la palabra destino, como aquello que se dijo. Indudablemente, para morir hay que vivir. Y todos a través de nuestros actos y vivencias pretendemos la trascendencia. Para Ernesto Sábato, “no hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí”.