En el periodo del otoño del 2010 al verano del 2011, Rusia intentó reiteradamente mover del punto muerto el arreglo de las relaciones entre Armenia y Azerbaiyán con respecto a Alto Karabaj.
La última reunión de los presidentes de los dos estados con Rusia fue celebrada en la ciudad de Kazán en junio y no rindió resultados previstos.
Bakú y Ereván, como siempre, se acusaron mutuamente de impedir el arreglo, y el presidente de Azerbaiyán , Ilham Alíev, recordó una vez más que la paciencia de Bakú está a punto de agotarse y que la guerra todavía no ha concluido. Sin embargo, tampoco es justo constatar los esfuerzos de la diplomacia rusa son un fracaso.
En el asunto de Alto Karabaj, la Rusia de Dmitri Medvédev está actuando de manera autónoma, aunque con la aprobación del Grupo de Minsk de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa).
Esto se debe, en parte, a que los demás no esperan que la situación mejore y no ven ningún provecho en la participación activa. Además, también se debe a que Moscú está mucho más interesado en el desarrollo predecible del conflicto que Washington o París. El tema del peligro de la crisis militar en torno a Karabaj que se plantea periódicamente en diferentes discusiones puede poner a Moscú en una situación complicadísima.
Rusia tiene asumidos compromisos formales ante Armenia como socio en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), pero, ante todo, a tenor de los acuerdos bilaterales que fueron prolongados para un periodo indeterminado el año pasado.
En el caso del conflicto entre los estados, Moscú tendrá que defender a Ereván para no perder la reputación de socio fiable para siempre.
Al mismo tiempo, el Kremlin se da cuenta de la importancia creciente de Azerbaiyán como de un país clave en el campo de la energía (y, por lo consiguiente, en el campo geopolítico) del Cáucaso del Sur y de Asia Menor.
Así que Moscú no puede permitirse estropear las relaciones con Bakú. En otras palabras, el Kremlin no debe permitir que surja una situación en la que tendrá que elegir.
Por eso es lógico que se esfuerce por mantener el diálogo entre las dos partes para impedir que las disputas lleguen a un punto crítico y contribuir al mantenimiento del equilibrio bélico, como de un garante del afianzamiento de la paz.
Así, la decisión de prorrogar la permanencia de la base militar rusa en Armenia hasta el año 2044 se debe al deseo de igualar las condiciones de los dos países, teniendo en cuenta que Azerbaiyán va aumentando su potencial bélico.
De lo contrario, Bakú tendría la gran tentación de aprovechar de esta ventaja. Tanto más que los recursos de Bakú son mucho más abundantes que los de Ereván.
Estuve hace poco en las dos capitales y la conclusión que puedo sacar de lo visto consiste en que, bajo las condiciones existentes, la táctica del mantenimiento del equilibrio es el único enfoque posible y correcto.
No noté ningún signo de que las partes estuvieran de hecho listas para hacer concesiones reales o para pactar compromisos. Se limitan con discutir cualquier palabra a la hora de redactar las condiciones, ya que ya se dan cuenta de que cada palabra puede costar mucho.
Para Azerbaiyán el objetivo de volver Alto Karabaj se ha convertido en una obsesión nacional, como Kashmir para Pakistán. Como el país está recibiendo enormes ingresos de la exportación del petróleo y experimenta un desarrollo pujante, su seguridad de si mismo está creciendo, así como está afianzándose la convicción de que la ocupación de una parte de Azerbaiyán es una gran injusticia histórica que debe ser corregida sin falta.
A eso se suma la actitud sospechosa hacia los armenios en general que no pasa con el tiempo, al revés, adquiere un carácter institucional y arraigado.
Al mismo tiempo, en Armenia tampoco se observa confianza alguna hacia la parte azerbaiyana. Predomina la idea de que cualquier concesión en la esfera estratégico-militar (es que en las negociaciones se discute la posibilidad de devolución paulatina a Bakú de regiones ocupadas que no formen parte de la comunidad autónoma de Alto Karabaj) puede debilitar sus posiciones, acarrear el colapse del sistema de garantías y contrapesos existente desde los 1990, y la guerra inevitable en este caso. Estos ánimos, claro está, obstaculizan cualquier progreso.
Además, las concesiones resultan imposibles porque los líderes de los dos estados no son lo bastante fuertes como para permitirse un paso tan mal visto por el electorado. Aunque Ilham Alíev tiene control absoluto sobre la situación en Azerbaiyán, su autoridad no es tan fuerte como fue la de su padre. Geydar Alíev habría tenido más espacio para maniobrar.
En Armenia la situación es más complicada aún, porque se caracteriza por el pluripartidismo político que representa diferentes grupos de intereses, incluidos los externos (de la comunidad armenia en el extranjero). Un intento de alcanzar un compromiso puede provocar una crisis interna aguda, y la pérdida de Karabaj conllevaría la guerra civil y pondría fin a la estatalidad de Armenia.
En este contexto, la postura de Rusia orientada hacia el fortalecimiento del status quo parece oportuna y no tiene alternativa.
Las partes se dan cuenta de los riesgos relacionados al intento de cambiar la situación existente por fuerza. Así, Azerbaiyán, que va invirtiendo sus ingresos no sólo en la construcción bélica sino también en la infraestructura y en los intentos de diversificar la economía, aprecia mucho lo logrado y no quiere exponerlo a riesgos algunos sin garantía de una acción bélica exitosa. Pero así como está la situación hoy, no puede haber garantía ninguna.
Armenia está interesada en que la situación no cambie, porque incluso una guerra exitosa en Karabaj le amenaza con una catástrofe económica y bloqueo aún más severo que ahora. Al menos porque Georgia, el único país con el cual Armenia tiene ahora frontera abierta, ya se encuentra en una seria dependencia económica de Azerbaiyán que podrá ejercer presión sobre Tbilisi.
Además, las circunstancias externas también son capaces de tener la repercusión en toda la región y transformar el mapa político. Me refiero, entre otras circunstancias, a la crisis internacional relacionada con Irán, vecino tanto de Armenia como de Azerbaiyán, que desempeña papel importante (aunque distinto) en el destino de los dos estados.
Si Israel o EEUU deciden que ya es hora de parar a Irán en el camino de adquisición del arma nuclear, el impredecible efecto geopolítico de este evento puede acarrear cambios radicales, tanto más que en Irán vive una considerable minoría de los oriundos de Azerbaiyán.
También puede influir en la situación en el Cáucaso del Sur la inestabilidad en África del Norte y en Oriente Próximo o el fin del régimen de Bashar Al Asad en Siria, al afectar primero Irán o Turquía (que es menos probable, sin embargo). Por ejemplo, la guerra en Siria puede provocar una ola de refugiados armenios del país.
Es verdad que ahora todas estas variantes del desarrollo de eventos parecen hipotéticas o incluso fantásticas, pero es que en los últimos años, o, más bien, meses incluso, observamos demasiados acontecimientos que la víspera nos habían parecido imposibles.
Bakú y Ereván, como siempre, se acusaron mutuamente de impedir el arreglo, y el presidente de Azerbaiyán , Ilham Alíev, recordó una vez más que la paciencia de Bakú está a punto de agotarse y que la guerra todavía no ha concluido. Sin embargo, tampoco es justo constatar los esfuerzos de la diplomacia rusa son un fracaso.
En el asunto de Alto Karabaj, la Rusia de Dmitri Medvédev está actuando de manera autónoma, aunque con la aprobación del Grupo de Minsk de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa).
Esto se debe, en parte, a que los demás no esperan que la situación mejore y no ven ningún provecho en la participación activa. Además, también se debe a que Moscú está mucho más interesado en el desarrollo predecible del conflicto que Washington o París. El tema del peligro de la crisis militar en torno a Karabaj que se plantea periódicamente en diferentes discusiones puede poner a Moscú en una situación complicadísima.
Rusia tiene asumidos compromisos formales ante Armenia como socio en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), pero, ante todo, a tenor de los acuerdos bilaterales que fueron prolongados para un periodo indeterminado el año pasado.
En el caso del conflicto entre los estados, Moscú tendrá que defender a Ereván para no perder la reputación de socio fiable para siempre.
Al mismo tiempo, el Kremlin se da cuenta de la importancia creciente de Azerbaiyán como de un país clave en el campo de la energía (y, por lo consiguiente, en el campo geopolítico) del Cáucaso del Sur y de Asia Menor.
Así que Moscú no puede permitirse estropear las relaciones con Bakú. En otras palabras, el Kremlin no debe permitir que surja una situación en la que tendrá que elegir.
Por eso es lógico que se esfuerce por mantener el diálogo entre las dos partes para impedir que las disputas lleguen a un punto crítico y contribuir al mantenimiento del equilibrio bélico, como de un garante del afianzamiento de la paz.
Así, la decisión de prorrogar la permanencia de la base militar rusa en Armenia hasta el año 2044 se debe al deseo de igualar las condiciones de los dos países, teniendo en cuenta que Azerbaiyán va aumentando su potencial bélico.
De lo contrario, Bakú tendría la gran tentación de aprovechar de esta ventaja. Tanto más que los recursos de Bakú son mucho más abundantes que los de Ereván.
Estuve hace poco en las dos capitales y la conclusión que puedo sacar de lo visto consiste en que, bajo las condiciones existentes, la táctica del mantenimiento del equilibrio es el único enfoque posible y correcto.
No noté ningún signo de que las partes estuvieran de hecho listas para hacer concesiones reales o para pactar compromisos. Se limitan con discutir cualquier palabra a la hora de redactar las condiciones, ya que ya se dan cuenta de que cada palabra puede costar mucho.
Para Azerbaiyán el objetivo de volver Alto Karabaj se ha convertido en una obsesión nacional, como Kashmir para Pakistán. Como el país está recibiendo enormes ingresos de la exportación del petróleo y experimenta un desarrollo pujante, su seguridad de si mismo está creciendo, así como está afianzándose la convicción de que la ocupación de una parte de Azerbaiyán es una gran injusticia histórica que debe ser corregida sin falta.
A eso se suma la actitud sospechosa hacia los armenios en general que no pasa con el tiempo, al revés, adquiere un carácter institucional y arraigado.
Al mismo tiempo, en Armenia tampoco se observa confianza alguna hacia la parte azerbaiyana. Predomina la idea de que cualquier concesión en la esfera estratégico-militar (es que en las negociaciones se discute la posibilidad de devolución paulatina a Bakú de regiones ocupadas que no formen parte de la comunidad autónoma de Alto Karabaj) puede debilitar sus posiciones, acarrear el colapse del sistema de garantías y contrapesos existente desde los 1990, y la guerra inevitable en este caso. Estos ánimos, claro está, obstaculizan cualquier progreso.
Además, las concesiones resultan imposibles porque los líderes de los dos estados no son lo bastante fuertes como para permitirse un paso tan mal visto por el electorado. Aunque Ilham Alíev tiene control absoluto sobre la situación en Azerbaiyán, su autoridad no es tan fuerte como fue la de su padre. Geydar Alíev habría tenido más espacio para maniobrar.
En Armenia la situación es más complicada aún, porque se caracteriza por el pluripartidismo político que representa diferentes grupos de intereses, incluidos los externos (de la comunidad armenia en el extranjero). Un intento de alcanzar un compromiso puede provocar una crisis interna aguda, y la pérdida de Karabaj conllevaría la guerra civil y pondría fin a la estatalidad de Armenia.
En este contexto, la postura de Rusia orientada hacia el fortalecimiento del status quo parece oportuna y no tiene alternativa.
Las partes se dan cuenta de los riesgos relacionados al intento de cambiar la situación existente por fuerza. Así, Azerbaiyán, que va invirtiendo sus ingresos no sólo en la construcción bélica sino también en la infraestructura y en los intentos de diversificar la economía, aprecia mucho lo logrado y no quiere exponerlo a riesgos algunos sin garantía de una acción bélica exitosa. Pero así como está la situación hoy, no puede haber garantía ninguna.
Armenia está interesada en que la situación no cambie, porque incluso una guerra exitosa en Karabaj le amenaza con una catástrofe económica y bloqueo aún más severo que ahora. Al menos porque Georgia, el único país con el cual Armenia tiene ahora frontera abierta, ya se encuentra en una seria dependencia económica de Azerbaiyán que podrá ejercer presión sobre Tbilisi.
Además, las circunstancias externas también son capaces de tener la repercusión en toda la región y transformar el mapa político. Me refiero, entre otras circunstancias, a la crisis internacional relacionada con Irán, vecino tanto de Armenia como de Azerbaiyán, que desempeña papel importante (aunque distinto) en el destino de los dos estados.
Si Israel o EEUU deciden que ya es hora de parar a Irán en el camino de adquisición del arma nuclear, el impredecible efecto geopolítico de este evento puede acarrear cambios radicales, tanto más que en Irán vive una considerable minoría de los oriundos de Azerbaiyán.
También puede influir en la situación en el Cáucaso del Sur la inestabilidad en África del Norte y en Oriente Próximo o el fin del régimen de Bashar Al Asad en Siria, al afectar primero Irán o Turquía (que es menos probable, sin embargo). Por ejemplo, la guerra en Siria puede provocar una ola de refugiados armenios del país.
Es verdad que ahora todas estas variantes del desarrollo de eventos parecen hipotéticas o incluso fantásticas, pero es que en los últimos años, o, más bien, meses incluso, observamos demasiados acontecimientos que la víspera nos habían parecido imposibles.